La médium

 

A través de mi voz, hablaba el niño fallecido de los Moldavsky. Al principio lloraban cada vez que hacíamos una sesión. Me veían como se mira a un muerto. No podían ni siquiera saludarlo. Pero después la angustia fue mutando en gratitud.

Con el tiempo, Ana volvió a pintar y Ernesto empezó a comprar juguetes para mostrarle en los encuentros. Incluso, volvieron a festejar un cumpleañitos como lo hacían cuando Martincito vivía. De una manera extraña, volvieron a convivir todos juntos.

Hasta que un día les conté que iba a mudarme de pueblo. Cenamos por última vez y en un cálido abrazo de despedida me agradecieron todo lo que hice por ellos.

No se imaginaban la verdad. Nunca hablé con el espíritu de nadie.


Después de eso, no me volvieron a ver nunca más. Pero sí sé que continuaron hablando con el niño.

Volvieron a comprarle juguetes y a narrarle anécdotas de los abuelos. Ana estaba encantada con el retrato que pintó de él. Zapatos de charol, jardinera con tirantes. Aunque ni siquiera así pudo notar que ese de la pintura no era el rostro de su hijo, sino el mío.


Me secuestraron, me cortaron el pelo, me vistieron de niño y me encadenaron a esta cama donde cada día me lamento por haberlos ayudado con este duelo que nunca pudieron resolver.


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